Un espacio virtual para compartir palabras con los alumnos del IES San Andrés (León).


lunes, 14 de febrero de 2022

Vamos a escuchar romances, tralará.


Una introducción teórica acerca del género:




Aquí una deliciosa versión del romance de El enamorado y la muerte.




Un sueño soñaba anoche,
soñito del alma mía,
soñaba con mis amores,
que en mis brazos los tenía.
Vi entrar señora tan blanca,
muy más que la nieve fría.
—¿Por dónde has entrado, amor?
¿Cómo has entrado, mi vida?
Las puertas están cerradas,
ventanas y celosías.
—No soy el amor, amante:
la Muerte que Dios te envía.
—¡Ay, Muerte tan rigurosa,
déjame vivir un día!
—Un día no puede ser,
una hora tienes de vida.

Muy deprisa se calzaba,
más deprisa se vestía;
ya se va para la calle,
en donde su amor vivía.
—¡Ábreme la puerta, blanca,
ábreme la puerta, niña!
—¿Cómo te podré yo abrir
si la ocasión no es venida?
Mi padre no fue al palacio,
mi madre no está dormida.
—Si no me abres esta noche,
ya no me abrirás, querida;
la Muerte me está buscando,
junto a ti vida sería.
—Vete bajo la ventana
donde labraba y cosía,
te echaré cordón de seda
para que subas arriba,
y si el cordón no alcanzare.
mis trenzas añadiría.

La fina seda se rompe;
la Muerte que allí venía:
—Vamos, el enamorado,
que la hora ya está cumplida.



Si pinchas en el siguiente enlace podrás escuchar el Romance de Rosaflorida.

Y aquí tienes una de las variantes, puesta por escrito, del mismo romance.


En Castilla está un castillo,
que se llama Rocafrida; 
al castillo llaman Roca, 
y a la fonte llaman Frida. 
El pie tenía de oro 
y almenas de plata fina; 
entre almena y almena 
está una piedra zafira; 
tanto relumbra de noche 
como el sol a mediodía. 
Dentro estaba una doncella 
que llaman Rosaflorida; 
siete condes la demandan, 
tres duques de Lombardía; 
a todos les desdeñaba, 
tanta es su lozanía. 
Enamoróse de Montesinos 
de oídas, que no de vista. 
Una noche estando así, 
gritos da Rosaflorida; 
oyérala un camarero, 
que en su cámara dormía. 
-"¿Qu′es aquesto, mi señora? 
- ¿Qu′es esto, Rosaflorida? 
O tenedes mal de amores, 
o estáis loca sandía." 
-"Ni yo tengo mal de amores, 
ni estoy loca sandía, 
mas llevásesme estas cartas 
a Francia la bien guarnida; 
diéseslas a Montesinos, 
la cosa que yo más quería; 
dile que me venga a ver 
para la Pascua Florida; 
darle he siete castillos 
los mejores que hay en Castilla; 
y si de mí más quisiere 
yo mucho más le daría: 
darle he yo este mi cuerpo, 
el más lindo que hay en Castilla, 
si no es el de mi hermana, 
que de fuego sea ardida."



El romance del marinero, versión recogida en un pueblo de León e ilustrada con viñetas de un pliego de cordel. 

Y una versión, puesta por escrito, del mismo romance recogida en un pueblo de Granada.

Voces daba el marinero
Voces daba que se ahogaba
Y le respondió el demonio
Del otro lado del agua.
¿Cuánto daría el marinero
a quién le saque del agua?
Yo daría mis navíos 
Cargaditos de oro y plata.
Yo no quiero tus navíos
Ni tu oro ni tu plata
Quiero que cuando te mueras
Me dejes parte en el alma
Parte en el alma no puedo
Porque me la dio Dios prestada
Haz el testamento burro
Haz el testamento y manda.
La cabeza mando a las hormigas
Para que hagan su morada.
Los ojos a los ciegos
Para que vean por donde andan.
Los oídos mandó a los sordos 
Para que oigan lo que le hablan.
Las orejas mandó a los burros
Para colgar las alrecadas.
La lengua mandó a los mudos
Para pronunciar palabras.
El cuerpo mandó a los peces
Y a los pescados del agua.
Los brazos a un campanero
Para repicar campanas.
Las piernas mandó a los cojos
Para que anden su jornada.
Las tripas a un guitarrero
Para cuerdas de guitarra.
El alma devuelvo a Dios
Que me la dejó prestada.


Lope de Vega en el siglo XVII publica este romance:


A mis soledades voy,
de mis soledades vengo,
porque para andar conmigo
me bastan mis pensamientos.
¡No sé qué tiene la aldea
donde vivo y donde muero,
que con venir de mí mismo
no puedo venir más lejos!
Ni estoy bien ni mal conmigo;
mas dice mi entendimiento
que un hombre que todo es alma
está cautivo en su cuerpo.
Entiendo lo que me basta,
y solamente no entiendo
cómo se sufre a sí mismo
un ignorante soberbio.
De cuantas cosas me cansan,
fácilmente me defiendo;
pero no puedo guardarme
de los peligros de un necio.
El dirá que yo lo soy,
pero con falso argumento,
que humildad y necedad
no caben en un sujeto.

El Romance de la luna, luna del Romancero gitano de Federico García Lorca cantado por Carmen Paris..



 Aquí el texto original de Lorca.

La luna vino a la fragua 
La luna vino a la fragua
con su polisón de nardos.
El niño la mira mira.
El niño la está mirando.
En el aire conmovido
mueve la luna sus brazos
y enseña, lúbrica y pura,
sus senos de duro estaño.
Huye luna, luna, luna.
Si vinieran los gitanos,
harían con tu corazón
collares y anillos blancos.
Niño déjame que baile.
Cuando vengan los gitanos,
te encontrarán sobre el yunque
con los ojillos cerrados.
Huye luna, luna, luna,
que ya siento sus caballos.
Niño déjame, no pises,
mi blancor almidonado.
El jinete se acercaba
tocando el tambor del llano.
Dentro de la fragua el niño,
tiene los ojos cerrados.
Por el olivar venían,
bronce y sueño, los gitanos.
Las cabezas levantadas
y los ojos entornados.
¡Cómo canta la zumaya,
ay como canta en el árbol!
Por el cielo va la luna
con el niño de la mano.
Dentro de la fragua lloran,
dando gritos, los gitanos.
El aire la vela, vela.
el aire la está velando.

Otro poeta de la Generación del 27 dedicó un romance al río Duero. 
Esta es una versión musical del mismo.




Este es el poema original:

Río Duero, río Duero,
nadie a acompañarte baja,
nadie se detiene a oír
tu eterna estrofa de agua.
Indiferente o cobarde
la ciudad vuelve la espalda.
No quiere ver en tu espejo
su muralla desdentada.
Tú, viejo Duero, sonríes
entre tus barbas de plata,
moliendo con tus romances
las cosechas mal logradas.
Y entre los santos de piedra
y los álamos de magia
pasas llevando en tus ondas
palabras de amor, palabras.
Quién pudiera como tú,
a la vez quieto y en marcha
cantar siempre el mismo verso
pero con distinta agua.
Río Duero, río Duero,
nadie a estar contigo baja,
ya nadie quiere atender
tu eterna estrofa olvidada
sino los enamorados
que preguntan por sus almas
y siembran en tus espumas
palabras de amor, palabras.
Y ahora un romance truculento, el Romance de la infanticida:




ROMANCE DE LA INFANTICIDA

Más arribita de Burgos    hay una pequeña aldea
donde vive un comerciante,    que vende paños y sedas.
Tiene una mujer bonita,    -valía más que fuera fea-
tiene un hijo de cinco años,    la cosa más parlotera.
Todo lo que pasa en casa,    a su padre se lo cuenta;
su padre, por más quererlo,    en las rodillas le sienta.
– Ven aquí tú, hijo querido,    ven aquí, mi dulce prenda,
quiero que todo me digas;    en esta casa, ¿quién entra?
– Padre de mi corazón,    el alférez de esta aldea
que llega todos los días     y con mi madre conversa
con mi madre come y bebe,    con mi madre pone mesa,
con mi madre va a la cama,    como si usted mismo fuera.
A mí me dan un ochavo    pa jugar a la rayuela,
y yo, como picarzuelo,    me escondo tras de la puerta.
Mi madre estaba mirando,    y me dijo que me fuera:
– Deja que venga tu padre,    que te va a arrancar la lengua.
Mal le ha sentado al señor    el que aquello se supiera,
después ha salido a un viaje    de siete leguas y media.
Un día estando jugando    con los niños de la escuela,
ha ido a buscarle su madre,    a peinar su cabellera.
Ha cuarteado su cuerpo,    le ha tirado en una artesa,
y el peinado que le ha hecho,    fue cortarle la cabeza.
La coloca entre dos platos    y el alférez se la entrega:
– Señora, se les castiga,    pero no de esa manera;
haberle dado cuatro azotes    y haberle echado a la escuela.
Tras de tiempos llegan tiempos    y el marido ya regresa.
Ella ha salido a buscarle,    y le ha encontrado en la puerta.
– Entra, maridito, entra,    que te tengo una gran cena,
los sesitos de un cabrito,    las agallas y la lengua.
– ¿Qué me importa a mí de eso?    ¿Qué me importa de la cena?
Te pregunto por mi hijo    que no ha salido a la puerta.
– Entra, maridito, entra,    por tu hijo nada temas,
que le dí pan esta tarde    y se fue pa ca su abuela;
como cosa de chiquillos,    está jugando con ella.
Se pusieron a cenar,    y oye una voz que le suena.
– Padre de mi corazón,    no coma usted de esa cena,
que salió de sus entrañas     y no es justo que a ellas vuelva.
Se ha levantado el señor,    la busca de su hijo empieza,
le ha encontrado cuarteado,     partidito en una artesa.
La ha agarrado de los pelos,    barre la casa con ella,
y después de golpearla,    a la autoridad la entrega.
Unos dicen que matarla;    otros, lo mismo con ella,
otros dicen que arrastrarla,    de la cola de una yegua.

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